Compañía La Tarasca.
Nacida en el seno de una de las familias más prestigiosas del gremio de la imaginería andaluza, Luisa aprendió el oficio, un oficio de hombres, junto a su padre, el célebre escultor Pedro Roldán.
Casada sin el consentimiento paterno en circunstancias novelescas, Roldana fue madre de una extensa camada de hijos, que muy pocos supervivieron. Sus primeros años de matrimonio estuvieron marcados por los primeros trabajos, muchos de ellos realizados de mancomún con su marido Luis Antonio de los Arcos.
Lo cierto es que Luisa, que como mujer y esposa carecía de capacidad legal para subscribir contratos, debió de hacerse cargo en todo momento de las riendas de su hogar y su taller.
Ante este matrimonio infeliz Luisa continuó viviendo y trabajando en su ciudad, Sevilla, la urbe sumida en la agonía de su irreversible decadencia. Después se trasladó con toda su familia a Cádiz, donde los vientos que corrían eran más benévolos. Y finalmente se estableció en Madrid para ejercer el oficio de escultora de cámara. Era la primera mujer española que accedía a este honor; también sería –en víspera de su muerte- en ser la primera española en ser acogida en la Academia de Virtuosos de San Lucas de Roma.
Pero Luisa murió pobre, hasta el extremo de ser enterrada de caridad, dejándonos su prodigiosa obra. Una obra que sabe hacerse dramática, casi viril, en la representación del dolor, de la pasión, y primorosa en sus deliciosos barros, donde la escultora derrama la dulzura escondida en un corazón maltratado por la vida.