Abril de 1937, una casa de pescadores, situada a pocos kilómetros del frente de Motril. Meses antes empezaron a pasar, por una puerta, miles de refugiados huyendo de las bombas y ametralladores del ejército fascista, en dirección a Almería. Desde febrero, el ejército republicano, compuesto por milicianos provenientes de los pueblos de alrededor, frenó el avance del ejército nacional, en las inmediaciones de Motril. Sin embargo, las bombas no paran, los aviones provenientes del cuartel de Tablada rastrean las carreteras, descargando sus ametralladoras sobre la población que huye. Los barcos alemanes e italianos han bloqueado la llegada a víveres desde Inglaterra, y el hambre empieza a ser una constante en las vidas de los andaluces. Teresa Carrar prepara el pan con la poca harina que les queda, mientras su hijo mayor, Juan, va a pescar. Su otro hijo, José, vigila la lámpara de su hermano, y ve pasar las horas mientras el cielo se ilumina con los destellos de las atroñadoras bombas del frente. La llegada de Pedro, hermano de Teresa, termina de desestabilizar la frágil calma. Las diferentes razones de Teresa para proteger a sus hijos de la guerra, quedaran en entredicho ante las razones de Pedro. La neutralidad será cuestionada, ha llegado el momento de posicionarse, de tomar partido. Los muertos en la carretera de Almería así lo exigen.