El punto de partida de No hay banda es la encrucijada de un dramaturgo y director argentino que acepta una invitación a estrenar en un festival en Brasil, en un breve lapso de tiempo, una obra que en realidad todavía no existe. A partir de ahí, Martín Flores Cárdenas, desde un lugar confeso de no-actor, comparte con el público el proceso de creación de esa obra y los acontecimientos que se cruzan entre medias, como la pérdida de familiares cercanos. No hay banda se convierte así, manejando un sobrio e irónico registro entre el teatro, la performance y la conferencia, en una especie de meta-teatro, porque en realidad habla de otra obra, y con ese pretexto despliega toda una reflexión sobre el propio teatro, la representación, los límites del lenguaje teatral y la dificultad de hablar de la muerte.