Bajo la dirección artística de David Llari, el Ballet de la Danse Physique Contemporaine presenta un viaje imaginario a través del universo femenino que inspiró al pintor.
Una fusión única entre la danza contemporánea y las obras de Picasso. Esta obra, que se ha representado en el Musée de l’Homme de París y en el Hôpital de la Vieille Charité de Marsella, es un viaje imaginario a través del íntimo universo femenino de cuatro mujeres que inspiraron al pintor malagueño.
Partiendo de la postura estática de una obra, la coreografía da vida a cuatro musas y a un minotauro. Eva Gouel, Olga Khokhlova, Marie-Thérèse Walter y Jacqueline Roque, que fueron retratadas por Picasso, cobran vida a través de la danza. David Llari utiliza los cuerpos de los bailarines y bailarinas de la compañía para llevar al público a través del universo del artista.
Pinturas, esculturas, ensamblajes y dibujos que contribuyeron a crear el mito se reflejan en la fuerza de los movimientos. «La figura del minotauro, personaje recurrente en el universo picassiano, desempeñará un papel clave en la coreografía. A veces espectador, a veces actor, el minotauro representará al hombre dominado por sus impulsos instintivos», explica David Llari, ganador del Premio de la Crítica en el Certamen Internacional Choreography’30 de Hannover.
Vestidos únicamente con su cuerpo para sublimar el gesto en una escenografía depurada, los bailarines interactúan con las obras de arte, que toman forma y se encarnan con el movimiento. El viaje de cada obra resuena en sus cuerpos que, como si de un código se tratase, llaman al monstruo de la mitología griega y a sus musas al laberinto.
Cada una de las mujeres que Picasso llevó al lienzo fue «torturada plásticamente». Cuando se veían a sí mismas a través de sus obras, había una cierta violencia en la percepción por la diferencia con la realidad, una transformación que se encontrará en los movimientos de las bailarinas de la compañía.
A partir de sus poses de esculturas congeladas, el estatismo se transmuta y las figuras se acercan poco a poco a lo divino. En un paralelismo con el cubismo, la composición y la descomposición se transcriben a través de la interpretación de los bailarines.
Este relato coreográfico y musical es un viaje imaginario en el que el minotauro no tiene género: es un mero objeto divino. Los cuerpos de los bailarines se neutralizan y descomponen a medida que avanza la pieza.