Hasta que no se conoce la obra de Salvador Távora, no se conoce Andalucía.
He aquí la Andalucía de Salvador Távora. Aquella de la que no se habla. Como todo lo que ocurre en Sevilla, y Salvador Távora es del Cerro del Águila, es un autor de extremos. Al igual que ocurre con la Macarena o La Esperanza de Triana, con el Betis y el Sevilla, con triana y Sevilla,…o se es incondicional de Salvador Távora o se es contrario. Fue criticado por los estudiosos encorsetados, quienes pensaban que aquello no era teatro, sintiéndose capaces de definir lo que era o no teatro.
Salvador Távora siempre tuvo claro en su investigación teatral que si no era Teatro aquello que sale y llega a las mismas entrañas, que se convierten en universal usando el Abecedario andaluz como herramienta de transmisión, nada era teatro. Su convicción le llevó al reconocimiento internacional, y a Andalucía, a la vanguardia.
Fue criticado por repetitivo, por quienes sólo tienen ojos para ver los elementos que componen una obra individualmente contemplados, pero ¿alguien ha contado cuantas veces se repite el pronombre «que» en cualquier lectura? Crear con un alfabeto propio, creado de sus vivencias, imaginaría, cantes, guitarra, baile,…eminentemente andaluzas, para comunicar lo que pretende, en obras casi sin textos, es su genialidad.
«Quejío» fue su primera obra teatral, y aún creada en un contexto sociocultural y político muy diferente al actual, ha demostrado no ser sólo universal sino también, atemporal.
Palabras de Salvador Távora sobre la obra:
«QUEJÍO se estrenó el 15 de febrero de 1972 y se representó hasta el 24 de septiembre de 1975 por España, Europa y América Latina. Contaba un total de 748 representaciones.
Lo volvimos a montar 45 años más tarde, el 15 de febrero de 2017.
Hace ya cuarenta y seis años que de nuestras gargantas nos salió un grito ronco, dolido, agresivo; y de nuestros pies, golpes de flamenco viejo, distanciado y lejano del que la dictadura promocionaba en festivales esplendorosos, tablaos y teatros para divertir. En ese estudio dramático sobre cantes y bailes de nuestra Andalucía al que llamamos QUEJÍO, incorporamos en expresiones sonoras el dolor de un pueblo, la lucha campesina de la que hablaba Blas Infante, el silencio dramático de la emigración, las cicatrices que causan en el alma el miedo, las bocas cerradas del medio popular y la Andalucía aplastada por la imagen panderetera que tapaba, con un manto negro bordado en oro, el hambre, el analfabetismo y el chiste fácil de su cruda realidad.
Le plantamos cara a la enajenación con nuestras espaldas y nuestros pechos descubiertos para recibir la violencia de los sectores acomodados que voceaban un paraíso andaluz. El paso fue decisivo: además de su función social, destapábamos la estética de un arte popular apoyándonos en la violenta belleza de nuestros cantes y bailes, despojados del virtuosismo en las voces y los pies.
La actual complejidad de estos momentos duros e ideológicamente confusos que vivimos, nos ha llevado a retomar ese espectáculo, con la misma ilusión y el mismo convencimiento que en aquella lejana fecha de su estreno. Volver a cerrar los puños hoy, desde un escenario, es volver a plantarle cara a la incertidumbre, a la sombra de la pobreza, a las desigualdades y sobre todo al olvido del compromiso político y cultural de Andalucía. «