Vuelta a Uno
Con un bagaje artístico tan impresionante como su técnica, y entre otras cosas Premio Nacional de Danza desde 2010 y, recientemente, León de Plata de la Bienal de Venecia y Medalla al Mérito en las Bellas Artes, Rocío Molina (1984) puede elegir los proyectos que le apetecen. Así, en 2020, decidió poner el foco en la guitarra y comenzó una investigación cuyo fruto ha sido una hermosa trilogía cuyo colofón llega ahora al Teatro Alhambra.
La primera parte, Inicio (Uno), según ella, era un intento de pausar el movimiento, esa pulsión irrefrenable que la domina desde que, siendo una niña, decidió entregarse a la danza flamenca. Vestida de blanco, su baile se volvió alado a los acordes de la guitarra inconfundible de Rafael Riqueni.
En Al fondo riela (Lo Otro del Uno), la bailaora se enfrentó a la oscuridad con la que convive en su interior, emprendiendo una lucha -por farrucas, seguiriyas… - con las guitarras formidables de Eduardo Trassierra y Yerai Cortés en la que, sólo al final, se vislumbraba la luz y el color.
Y es esa luz alegre y juguetona la que cierra la trilogía con el nombre de Vuelta al Uno. Una pieza en la que Rocío Molina, aplaudida en todos los rincones del planeta y ya sin nada que demostrar, se ha permitido recuperar por completo el gozo egocéntrico de la infancia, incluyendo la parte más ‘golfa’ de su personalidad.
En Vuelta a Uno, la malagueña se viste de colegiala recatada y mezcla el sonido de sus pies con el de las chuches que llenan su boca, jugando a la travesura y a la inocencia con la inestimable complicidad de Yerai Cortés.