Mortificación Teatro.
“Señor, yo quisiera atravesar las puertas de la carne” es una pieza ambivalente. Como no podía ser de otra manera, dado que su creación es humana. El ser humano es completamente contradictorio.
Parte de la idea del hastío y la desesperanza que me produce el ser humano, amparándome a lo divino, buscando en otro lugar todo aquello que en este me falta. Sin saber si es el lugar existe, ni si podré acceder a él.
Atravesar las puertas de la carne, decía Emily Dickinson, en clave de súplica, deseando la muerte.
Atravesar las puertas de la carne, imploro yo, en clave de súplica, deseando atravesar lo matérico, lo carnal, encontrar el alma.
Esta obra es un canto a dios. Un grito a dios. La necesidad de que exista y salve este mundo de la inevitable destrucción hacia la que corremos, aún dudando de su existencia.
Deseando que dios exista, lo inventamos a nuestra manera, a nuestra imagen y semejanza. Un Dios fuera de la institución, que tanto daño ha hecho y que tan en contra de él ha estado siempre.
Con poemas de Santa Teresa, enamorados de nuestra propia imagen de un dios del que a veces dudamos, le pedimos protección y amparo ante lo incomprensible del dolor y del daño que nosotros mismos nos infligimos como sociedad. Pidiéndole que nos perdone y nos salve, o que nos aniquile.
El cuerpo enfrentado al alma.
El alma enfrentada al cuerpo.
Y la necesidad ardiente de un teatro que intente traer alguna verdad, que arroje luz para que veamos las sombras. Que indague, que pregunte, sin dar respuestas.
Y que nos ayude a traspasar las puertas de la carne.
Ojalá de verdad el amor fuese posible en este mundo, se impusiese ante nosotros para dejarnos pasmados con su grandeza.
¿Y si un nuevo mesías, un hombre que ama a los hombres, quisiese hacer de la tierra el cielo? ¿Repetiríamos la historia de su asesinato?
Sí. Seguro que sí.
Carlos Costa