Trajano en su regreso triunfante a Roma después de la conquista de Dacia sufre un ictus y queda en la cama con graves secuelas de la enfermedad. Apenas puede valerse por si mismo pero su coraje y su fortaleza nos siguen mostrando a un emperador digno, fuerte de espíritu y plenamente consciente de que estos momentos son muy dados a conspiraciones que atenten contra su vida y que la debilidad física en la que se encuentra puede dar lugar a una decisión equivocada sobre la trascendencia de la elección del heredero del imperio.
En el transcurso de estos acontecimientos Pompeya Plotina, su esposa, intenta convencerlo para que nombre sucesor a su sobrino segundo e hijo adoptivo Adriano. Trajano duda de que sea la persona idónea para continuar la senda de engrandecimiento y consolidación del Imperio que el ha acometido. Estamos ante un concepto muy diferente que Adriano tiene del Imperio y como, según Trajano, destruiría el legado de gloria heredado. También afloran viejos rencores sin resolver entre el propio Trajano y su sobrino Adriano, incluida la propia duda sobre la relación entre Plotina y Adriano, acaso amantes. La insistencia de Plotina en favorecer la sucesión en la figura de Adriano contribuye a crear un clima de incertidumbre….., pero la enfermedad avanza y la muerte acecha al emperador que debe tomar una decisión.
En medio de recuerdos, sueños y pesadillas asistimos a una descripción de lo que fue el periodo de uno de los emperadores mas grandes de Roma, considerado como “Optimus Princeps”: el mejor de los gobernantes posibles.