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Equidistante de Europa y África, en el centro del Mediterráneo occidental, emerge la isla de Cerdeña como uno de los principales testimonios de que este mar ha sido cuna de las más importantes culturas de la antigüedad. Aislada durante muchos siglos, la isla ha conservado un gran carácter y una cultura propios que la hacen diferente a otras islas del mundo mediterráneo. La imagen más conocida de Cerdeña nos llega a través de hermosísimas playas de arena blanca y un mar increíblemente azul, una costa afortunadamente muy natural y poco alterada y, realmente, esto es así. Pero, ya sabéis que nos gusta buscar siempre la “otra cara” de las islas, llevamos muchos años haciéndolo y desde luego en Cerdeña la hemos encontrado y nos ha maravillado. La isla pasa por albergar algunos de los paisajes más hermosos y bien preservados de toda Europa. Embriaga por la belleza de sus colores mediterráneos, por la benevolencia de su clima, en el invierno se nos muestra con gran esplendor y benevolencia, siendo una de las mejores épocas para descubrir esta isla.
Una isla eminentemente montañosa, varias cadenas de montañas: la Marmora, Gennargentu, el Supramonte han configurado el paisaje y han dotado el interior de un carácter bravío y salvaje. Altos picos, encerrados valles, extensos bosques junto a pueblos de pastores nos hablan de una Cerdeña remota y ligada a su historia. Una historia donde las primeras culturas sardas se remontan al V milenio a.C. quedando testimonios en las llamadas Domus de Janas. Después llegaron otras gentes y fundaron la enigmática civilización nurágica, más tarde llegaron fenicios, romanos y hasta la Corona española estuvo presente en la isla durante varios siglos.
Volaremos a Cagliari y nos trasladaremos primeramente a Dorgali, pueblo de montaña ubicado en la costa este.