Los mayores hallazgos sobre fármacos en materia de salud se han dado por casualidad o por error y, al igual que pasó en el descubrimiento de la penicilina (Fleming) o de la Viagra (que en principio se desarrolló para mejorar la circulación sanguínea en problemas cardiovasculares), podríamos estar ante un nuevo caso: el Ozempic.
Este nuevo medicamento es un agonista del GLP-1 (un péptido que sirve para estimular la secreción de insulina) y que mejora el control de la glucosa en la sangre. Es decir, un fármaco pensado para personas con diabetes tipo 2. Pero ha resultado ser de los más vendidos para bajar de peso, uno de los efectos secundarios de su uso. ¿Qué ha ocurrido? ¿Cómo hemos llegado a agotar un fármaco para pacientes diabéticos porque lo adquirían personas para bajar de peso? Pues principalmente porque algunas celebridades (y no precisamente por ser eminencias en medicina o ciencia) como las Kardashian o Elon Musk han hablado de él, lo que lo ha popularizado, incluso agotando las existencias, como tratamiento para la obesidad. Parece que, ante cualquier pandemia, el ser humano responde acabando con las existencias. Durante la COVID-19, se acabó con las existencias de papel higiénico, y parece que en la “pandemia de la obesidad” se acaba con la pastilla “mágica” para reducir el peso. En Estados Unidos, se conoce como “la droga de Hollywood” y, aunque está autorizado por la FDA (Administración de Alimentos y Medicamentos) para la pérdida de peso y en España sólo se puede adquirir mediante receta, cada vez es más fácil de conseguir por vías no legales.
¿Soluciona el problema de la obesidad este medicamento? Hay estudios que nos dicen que cuando dejamos de tomar el medicamento, el peso se vuelve a recuperar, por lo que podríamos definirlo entonces como “la nueva dieta de cajón”. Otros estudios nos dicen que la inyección de semaglutida puede aumentar el riesgo de desarrollar tumores de la glándula tiroidea (estudio realizado en ratones sin datos en humanos). ¿Hay que tenerle miedo a este medicamento? No, pero no es una pastilla Juanola, necesita de receta y, sobre todo de supervisión médica que supervise el caso. Y lo más importante: está diseñado para personas que tienen diabetes.
Pero quizá estamos poniendo el foco en el lugar equivocado, como siempre que hablamos del peso. Cuando nos ofrecen un té adelgazante sólo pensamos en los kilogramos que se van a perder, pero no pensamos que podemos dañar nuestro hígado, que podemos dañar nuestra microbiota y salud intestinal o que cuando dejemos de tomar esta bebida, volveremos al peso anterior y con las consecuencias que nos haya dejado en nuestro cuerpo y nuestra mente el uso de esta estrategia errónea. Porque no estamos enfocando la cuestión en el cambio de hábitos, en la mejora de la salud o en las necesidades que se tienen.
Por otro lado, recordemos que perder peso no es sinónimo de ganar salud. Podremos tener un 15% menos de peso, pero nuestra salud cardiovascular o nuestra salud ósea sea la misma. Cuando se buscan estrategias rápidas, dietas milagro o, ahora, una inyección para perder peso, no estamos abordando los problemas de salud, si es que los hubiera, nos estamos desviando del foco y estamos tratando de entrar en unos estándares de belleza que no corresponden con la realidad y que, además, son excluyentes y dañinos. Cuando el objetivo es mejorar los hábitos alimentarios, los cambios de peso carecen de sentido. Y no olvidemos que los fármacos no son juguetes que debamos usar y dejar de usar sin supervisión médica.