Se trata de una veintena de cuadros que abundan en temas constantes en su obra reciente: guiños a clásicos de la pintura flamenca (Saenredam, Brueghel El Viejo) desde su mirada y su particular contexto, relaciones entre interiores arquitectónicos y los paisajes a los que la propia arquitectura enmarca, o atardeceres concebidos casi como minimalistas obras abstractas.

Se trata de pinturas que se mueven entre los ya de por sí diluidos límites entre la abstracción y la figuración, cuestionándolos, en las que una marcada geometría participa de esa ambigüedad pretendida. Rara vez el color es una mancha plana, rellenando los campos de la composición con pinceladas cargadas de matices y de texturas. En ocasiones, pequeñas operaciones de collage se insertan con naturalidad sobre la pintura, para definir inquietantes figuras.