En el momento que un médico nos comunica que la enfermedad que nos ha tocado en gracia es un “cáncer”, se nos parte el alma. Y si este diagnóstico nos lo hacen ya cuando no hay solución, no solo se nos parte el alma sino también la vida. La impotencia, el dolor, la rabia, el ¿por qué a nosotros?, la resignación, la aceptación y la lucha, no se pueden explicar, “se ha de vivir”. Así que una vez has visto marchar a dos seres queridos de tu lado por culpa de un cáncer, cuando ves que la medicina “convencional” falla, cuando te encuentras solo, sin aliento, sin nadie que te dé explicaciones, es cuando empiezas a plantearte y a cuestionarte muchas cosas. Así empezó mi nueva trayectoria profesional, donde después de años de estudios e investigación sobre medicina complementaria. De querer saber que puede y que no puede hacer ésta en caso de un cáncer, dejé un trabajo que no me llenaba, para dedicarme plenamente a lo que realmente es mi vocación. Acompañar y ayudar a aquellas personas con enfermedades duras, a superarlas, a convivir con ellas, y en aquellos casos que desgraciadamente poco se pueda hacer, a que se sientan acompañadas y tengan una vida digna hasta el final de su viaje. Aquello que no pude hacer por mis familiares, gracias a ellos ahora sí lo puedo hacer por los demás.