La detective privada Sonia Ruiz ha cumplido los cuarenta, la edad en la que caen los últimos mitos de juventud y una se pregunta hacia dónde va o si no va a ningún lado. Por eso, cuando dos chavales de Lavapiés que quieren jugar a fútbol en los Dragones, pero no tienen los eurillos para inscribirse, le piden ayuda porque se han metido en un berenjenal de cuidado, a Sonia le asalta el instinto solidario. Este acto de buena vecindad sumerge a la detective en el fango ruin de la especulación, la gentrificación y todos los males que suelen afectar a las comunidades más humildes de ciudades como Madrid, a veces con la connivencia de los poderes públicos. Y ya se sabe que los amos del mundo no están para soportar las insolencias de una justiciera de barrio.