La obra de Sofía González (1994) explora, a través de la pintura, los límites entre el dibujo, la tridimensionalidad en el plano y la repetición de patrones. Utiliza objetos cotidianos y neutros —mesas, sillas, lámparas, zapatos— elegidos por su ambigüedad, para evitar lecturas narrativas o simbólicas y centrar la atención en la superficie plástica. En sus composiciones, estos elementos reconocibles se fragmentan en múltiples piezas irregulares, generando preguntas sobre la dimensión, la materia y la relación entre las formas. Su trabajo busca mantenerse en un territorio intermedio, donde lo simple y lo complejo, lo positivo y lo negativo, lo general y lo concreto conviven en equilibrio, invitando al espectador a cuestionar la percepción del espacio y la construcción de la imagen.