LUZ ARCAS/La Phármaco
Cuando le preguntamos por sus intenciones a la hora de enfrentar esta nueva pieza, la creadora declara: Llevo años investigando el cuerpo jondo, arcaico, tosco, una danza que reconecta con necesidades internas del cuerpo, puramente físicas, orgánicas, que se nutre de la memoria personal y colectiva. Un cuerpo problemático, primitivo, arraigado. Una danza que se aleja de la danza para volver a ser baile...
Para continuar: Cuando comencé el proceso de Tierras raras me asaltaron nuevas inquietudes coreográficas relacionadas con la muerte, con lo vivo cuando dejas de ser cuerpo. En algún sentido, lo opuesto del arraigo, o cómo ese arraigo puede expresarse en la dirección contraria: si el cuerpo jondo se alimenta del pasado y del sentimiento de pertenencia, aunque este sea problemático, el cuerpo raro, los cuerpos de las tierras raras, se lanzan a la disolución, están fuera de sí, son excéntricos y se proyectan en un futuro que no es corporal pero que sigue estando vivo.
(…) Se trata de ver el choque entre dos tiempos, el tiempo geológico y los ciclos de la historia humana. En las minas de azogue de Almadén, donde esclavizaron a moriscos y gitanos, a judíos y ladrones, a prostitutas y extranjeros, se produce la devastación de la tierra que permitirá la tecnología del espejo. Es difícil imaginarnos el cuerpo antes de que existieran los espejos.
Y terminar: Tierras raras parece el nombre de un cuento popular distópico. Cuerpos que escarban y expolian la tierra para someterla a un sofisticado proceso de transformación. Una ceremonia tóxica, o un proceso alquímico, donde la corteza terrestre es la fuente del progreso tecnológico y espiritual: del óxido de cerio a la chispa de los mecheros, a las pantallas táctiles, incluso paradójicamente, a las turbinas impulsadas por el viento para la transición verde.