Como cada año, entre enero y marzo, el Algarve cambia de color. Las grandes extensiones de almendro que cubren el Barrocal algarvío florecen y el campo se transforma en una especie de cuadro impresionista pintado en tonos rosas y blancos. Un espectáculo de la naturaleza que viene acompañado de diferentes propuestas: rutas por la naturaleza, visitas culturales, gastronomía e incluso el recuerdo de leyendas que se remontan siglos atrás.
Historias que explican por qué hay tantas hectáreas de almendros en el sur de Portugal. Y es que, según cuentan, en los tiempos en los que el Algarve era Al-Gharb, existió un califa llamado Ibn-Almundim. Su mujer era Gilda, una joven princesa nórdica, que se sentía muy triste porque echaba de menos los paisajes nevados de su tierra. Para contentarla, Ibn Almundim mandó plantar miles de almendros para que, una vez al año, los alrededores del castillo se vistiesen de blanco.
Y hasta aquí la leyenda. La realidad es que la presencia de este cultivo responde al clima benévolo de la zona, a las condiciones del terreno y a la rentabilidad de su fruto. De hecho, en muchos municipios del Algarve, hay planes para continuar plantando almendros.
Ficción o realidad, el caso es que en todo el Algarve, y sobre todo en el Barrocal (la zona agrícola del sur de la región, una gran línea horizontal entre la montaña y la playa) existen grandes extensiones de almendros que provocan este espectáculo que cada año atrae a cientos de visitantes.
El primer Festival de los Almendros en Flor
Cada año, la Asociación Recreativa, Cultural y Deportiva de Amigos de Alta Mora, un pequeño pueblo de montaña que pertenece al municipio de Castro Marim, celebra este acontecimiento. Lo hacen con rutas guiadas y propuestas gastronómicas, pero este año han dado un paso más y organizan la primera edición del Festival das Amendoeiras em Flor, el Festival de los Almendros en Flor.
El evento, que tendrá lugar durante el primer fin de semana de febrero, combina naturaleza, gastronomía y cultura y permite descubrir el lado más natural y tradicional del Algarve: el de los pueblos de montaña que, alejados del turismo y de las grandes ciudades, permanecen congelados en el tiempo.
A lo largo de dos días, se han programado recorridos a pie por los alrededores para descubrir la orografía serrana: los arroyos que recorren los valles, las montañas de alrededor y los almendros. Y, además de caminar, los visitantes podrán adquirir productos típicos como el queso de cabra en el mercado local, participar en juegos tradicionales, disfrutar del teatro, de fados y de conciertos folk y asistir a talleres gastronómicos. Un evento bajo el paraguas del programa cultural 365 Algarve.
Camino de los Almendros
Fuera de estas fechas, los senderos que rodean al minúsculo pueblo de Alta Mora permiten descubrir por libre los alrededores. Uno de ellos es el PR8, el Camino de los Almendros, una ruta circular de unos 11 kilómetros que conecta Cruz de Alta Mora, Soalheira, Caldeirão, Pernadeira, Funchosa de Baixo e de Cima.
Desde el camino, se vislumbran los campos de almendros floridos, los paisajes montañosos, las jaras y las higueras. Y, con un poco de suerte y buenas dosis de atención, el senderista se encontrará rastros de los habitantes de la zona: conejos, perdices, liebres y jabalíes.
Una gastronomía ligada al paisaje
Y del paisaje, a la mesa. Como no podía ser de otra manera, la almendra, la amêndoa, es un ingrediente fundamental en la gastronomía algarvía. Acompaña todo tipo de recetas, pero sobre todo se utiliza en repostería.
Con ella se elaboran dulces como la azevia, una especie de empanadilla dulce, tradicional de la Navidad, que lleva almendra, batata y calabaza; también los famosos queijinhos de figo que mezclan dos de los ingredientes básicos de la zona, el higo y la almendra, los bolinhos y el morgadinho, con almendra y cabello de ángel.
Uno de los licores más populares de la región, la amarginha, también incorpora altas dosis de la variedad amarga de este fruto. Se sirve después del café y marida muy bien con una buena sobremesa