FLAMENCO
ÉXITO DE MANUEL DE LA TOMASA EN LA TERTULIA FLAMENCA
Por
José Cenizo Jiménez
Post #27

Hola.Quiero dar las gracias a Alfredo Barrera Cuevas, al que admiro mucho por su amistad, su conocimiento -doctor en Matemáticas-, su compañerismo (hemos compartido docencia en el IES Beatriz de Suabia), y, en el plano flamenco, tengo que decir que es de los mejores aficionados que conozco, capaz de desmenuzar un recital de esta manera que verán, en este caso el de Manuel de la Tomasa y su grupo en mi Tertulia Flamenca de Enseñantes "Calixto Sánchez" de Sevilla, de la que soy miembro desde 1987. Alfredo toca la guitarra además, por lo que su visión es muy amplia, y es escritor y poeta, así que ya me dirán. Lean su comentario. Alfredo escribía hace unos años de su presentación en Torres Macarena en la revista jondoweb, desaparecida recientemente: “En sus primeras palabras de presentación al público, dijo Manuel de la Tomasa que venía a poner el corazón… y vaya si lo puso. El corazón, el alma y la sangre. Y no defraudó”. Pues eso, lo mismo en este recital que comentamos. En estos pocos años, Manuel ha evolucionado para ganar más madurez, como demostró. Sed felices. Fotos: María del Puerto, de la Tertulia. Agradecidos.

LAS CREDENCIALES DE MANUEL DE LA TOMASA

ALFREDO BARRERA CUEVAS

Era evento de clausuras en la Tertulia Flamenca de Enseñantes “Calixto Sánchez”. En el salón de actos del IES Martínez Montañés, un acogedor escenario vestido de flamenco para la ocasión, se cerraban etapas dentro de la Tertulia. No solo terminaba el curso escolar con el que coinciden los recitales que allí preparan, sino que también llegaba a su fin el ciclo de una directiva que se ha llevado muchos años al cargo y que, experiencia propia por las veces que he asistido como público a sus celebraciones, puedo decir que ha dignificado al flamenco. Ha pasado por la Tertulia una gran diversidad de artistas de primera categoría, en recitales de entrada libre para el espectador, lo que ha contribuido de manera eficiente con la difusión del flamenco, ya que se consigue gran afluencia en la mayoría de los espectáculos. Le deseo igual suerte a la directiva entrante y que sigan la senda de esta enorme afición y amor por el flamenco.

Fue un acto conmovedor, de muchos recuerdos y agradecimientos, con momentos para la anécdota y, por supuesto, una evidente y necesaria mirada retrospectiva para atisbar todo el camino que se había recorrido. Durante el discurso se hizo un emotivo recuento de artistas y fechas en las que actuaron durante todo este último curso y se presentó al artista elegido para poner broche de oro a esta etapa, un Manuel de la Tomasa que se va consagrando a pasos agigantados en este difícil mundo. En la alocución del que será nuevo presidente se comentó que fue, precisamente su abuelo, José el de la Tomasa el primer artista que participó en la Tertulia. Se les dio una reconocida presentación a los artistas que actuaban esta noche y, tras un clamoroso aplauso, comenzó el espectáculo.

A la izquierda, sentados al calor de una mesa redonda de sonsonetes, se encontraban Frasco del Chacón y Ángel Peña que, entre Triana y Jerez, pondrían a la noche el gracejo en los jaleos y la dimensión a la música con el compás de sus palmas. A la derecha, con una guitarra de arrope, el cordobés Luis Medina. En el centro, una silla vacía que esperaba impaciente, como el público que abarrotaba el salón, al cantaor sevillano Manuel de la Tomasa.

Una guitarra solitaria, con la cejilla en el segundo traste, surgió tocando un preludio por malagueñas, donde ya se advertían las destrezas y sensibilidades del toque de Luis Medina. Apareció el cantaor, desde los bastidores, con paso parsimonioso y, al llegar al centro del escenario, hizo doblar las campanas de un convento con los ecos de Antonio Chacón, se puso a escribir, por compasión, a la voz doliente de La Trini, a través de compases abandolaos de rasgueos de tres dedos y de abanico, galopó con los caballos de Morente allá por Ronda la Vieja hasta llegar al cielo para traernos la estrella de Pérez de Guzmán.

Al cuarto traste de la guitarra se agarró Luis Medina para mecer las cantiñas en tonalidad mayor, pero acariciando los acordes menores y acometiendo las falsetas de picados para dar solemnidad a esta composición de cantes en la que Manuel de la Tomasa nos llevó por alegrías desde la plaza de las Flores cordobesa al barrio de Santa María gaditano, a través de la tarabilla de Ezpeleta, para meterse por juguetillos en el campo de Gibraltar y ejercer un contrabando de estilos por cantiñas. Así hasta llegar a Sanlúcar con un emotivo mirabrás de su tío Gabriel, donde se hacía alusión a una hornada de cantaores sevillanos, desde Pastora y el Pinto a Tomás, pasando por Caracol, Carbonerillo y su propio bisabuelo, Pies de Plomo. Para culminar este recorrido de cantes no dudó en ponerse bravío por alegrías y hacer un remate con recuerdos a Cádiz y algunos de sus emblemáticos cantaores como son Manolo Vargas, Aurelio y Enrique el Mellizo.

Al seis por arriba subió el mástil de la guitarra para acompañar la soleá. El toque imprimió un sentido puramente clásico repleto de melismas que envolvían al cante en una musicalidad atemporal, algo que por momentos me recordó los toques por soleá de acompañamiento de Enrique de Melchor. En ese halo de armonía nos sumergió el cante en las profundidades de las cuevas de Alcalá con tres estilos que retumbaron como aquellos ecos de Joaquín de los que dicen escucharse al alba desde el castillo. Todavía con el pecho encogido, como hace con los tercios que recoge hacia adentro, nos transportó sobre los quebrantos más trianeros de La Serneta. Como dedicatoria de amor, cogió un canasto y lo llenó de almendras y caramelos, con un estilo de soleá muy personal, para recoger el testigo de las pasiones con aires de romance y terminando por dar un golpe de gracia a la bulería. Posiblemente fue el momento culmen de la noche.

El cambio a la tonalidad por medio llegó a través de los tangos, con la cejilla al dos, donde Manuel de la Tomasa hizo a Triana suya con la personalidad que imprimió a los cantes de Pastora. Después se templó pidiendo un favor al rey moro con unos tangos de Manuel Torre, para volver de nuevo a Triana, justo a la vera del amor, con la Niña de los Peines. Con la guitarra acompasada con una mano derecha evocadora, el cante nos transportó hasta la plaza Alta de Badajoz con Porrina en el recuerdo, trasladándose hasta el barrio malagueño del Perchel con estilos con los que la Repompa inmortalizó a la Pirula, para acabar este recorrido geográfico por tangos en el origen, que es Cádiz.

La guitarra siguió por medio, pero subió al tercer traste. Tras unos acordes de afinación, se vislumbraba la seguiriya y se hizo el silencio. El cante insignia de la casa del cantaor entró en escena como un misterio lorquiano con el temple de la salida. Una guitarra espléndida, que iba a demanda del cante, permitió una escena de ensueño, donde el cante se dirigía a la Triana más recóndita en la memoria de los Cagancho, primero sin remedio alguno con el popular cante de Antonio, después un ayuno de viernes al beato Lorenzo con su hermano Manuel, donde el cantaor acabó sacando los ayeos después de llevarlos a la profundidad de su ser. Y de Triana a Los Puertos, de los Cagancho al Fillo, como buscando la entraña del cante, una cabal sacudió la memoria de Antonio Mairena, donde acabó parándose hasta el reloj de la Audiencia con la mística de los quejíos ancestrales de Manuel de la Tomasa.

La guitarra, como sin querer inmutar la esencia de su último rasgueo, quiso seguir al tres por medio para meterse de lleno en la bulería. El cante viajó hasta Lebrija transitando la esfera de la alboreá romanceada para después meterse en tierra de morería con la Perla y evolucionar, con sellos personales hacia territorios de Camarón. De ahí pasó al Jerez clásico, que se acopló con el romance a Juan Osuna al compás de amalgama y con un cante entrañable de Juanito Villar, antes de rematar con un estilo más airoso y festero. La guitarra ha sabido adaptar los aires de la bulería romanceada al toque por medio y armonizar coplas para que encajaran a la perfección sin cortes ni disonancias, hasta transformarlos en soniquetes propios del toque jerezano, donde se ha podido apreciar algún detalle del inconfundible estilo de Paco Cepero.

Lo que se preveía como colofón al recital fue una adaptación de estilos de Huelva, al seis por arriba. Se distinguían los aires rocieros en las coplas de salida y remate, apareció Alosno con la sensibilidad del fandango de Juan María Blanco y Huelva con los corazones de Paco Isidro y definitivamente el cante a pulmón, como el último fandango de la ronda, se hizo valiente en la voz de Manuel el de la Tomasa.

Tras la ovación del público, el joven cantaor nos sorprendió con una espuela por tonás. Al compás de la caja de una guitarra a cuerdas apagadas, nos llevó, con la toná chica, por el olivarito del valle, rememorando al Niño Gloria, hasta el barrio de Triana donde fue capaz de encontrar la pluma y el tintero, aunque la copla rece que ya no las hay, de la debla que inmortalizara Tomás Pavón, reabrió mitos sobre las recreaciones de Antonio Mairena con aquella que posiblemente fuera la toná del cerrojo de Diego el Picaor. Y acabó diciendo grandes verdades del cante en su remate por tonás donde desafiaba a la muerte si acaso no las decía. El aplauso unánime de un gentío puesto en pie así lo sentenciaba.

Manuel de la Tomasa se presentó ante un público diverso, algunos ya asiduos a sus recitales, otros que lo contemplaban por primera vez, al menos, en directo, según se escuchaba entre los comentarios de la gente. Y acometió el acto con un repertorio adivinable de palos flamencos, mostrando cuáles son sus credenciales. Malagueñas, cantiñas, soleá, tangos, seguiriyas, bulerías, fandangos y tonás. Pero, a la vez, sorprendente por la enorme variedad de estilos que introdujo. Vino a mostrar cuál es su cante, pero también a manifestar que tiene un repertorio cuantioso que va ampliándose en cada actuación. A sus veinticuatro años, le he visto cantar, en directo y en referencia a los cantes que ha interpretado en este acto, al menos seis o siete estilos de malagueñas, junto con tres o cuatro abandolaos; una considerable variedad de cantiñas; alrededor de veinte estilos de soleá; se ha metido en el mundo de los tangos clásicos y en el reconocimiento, a través de ellos, a grandes intérpretes creadores más actuales; más de una docena de estilos de seguiriya de Triana, Cádiz y los Puertos, Jerez, sin olvidar las cabales; ahondando en el mundo de la bulería, desde Jerez a Lebrija y Utrera, pasando por aires gaditanos y llegando al amplio repertorio de músicas que se han llevado a este compás; en el fandango ha interpretado varios estilos artísticos como el de Antonio el de la Calzá, Manolo Caracol o Manuel Torre y ha entrado en el compás de Huelva; y en los cantes sin guitarra ha interpretado saetas, martinetes, la debla y varios estilos de tonás. Y no queda ahí su repertorio. Un número considerable de cantes mineros como el taranto, la cartagenera, la minera o incluso la levantica, una colección de tientos que van desde los gaditanos clásicos hasta los jerezanos de Frijones o alguno de corte chaconiano, bulerías por soleá, la caña, por livianas y serranas, la granaína, villancicos o sevillanas para escuchar, de creación propia, son algunos ejemplos que van mostrando, además de la calidad, la magnitud de su cante.

La próxima cita donde me encontraré con él será en la Bienal de Flamenco de Sevilla. Si aquí ha presentado sus credenciales, dando buena fe de que domina bastantes estilos de cante, que tiene personalidad o que posee cualidades que lo caracterizan y lo distinguen, allí espero su consagración como uno de los cantaores que tienen el deber de revitalizar el cante por derecho, que quizás no pasa por sus mejores momentos, y como ese artista que debe marcar una época. Tiene la capacidad para acometerlo, posee condiciones para llevarlo a cabo y lleva el cante en la sangre, un precepto innegable, ya que todo aquello que se adquiere en los primeros años condiciona de manera significativa el resto de la vida, algo que nos induce a pensar que quizás Manuel de la Tomasa no sea ya el último de la casa de los Torre, sino el penúltimo, porque los ayeos de la seguiriya del pequeño Tomás, su hijo de nueve meses, ya se balbucean y fuimos testigos de ello cuando resonaron en la galería del teatro.

 

 

 

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