Una de las primeras imágenes que mantengo prendida en mi memoria, de la que soy consciente y puedo recordar con nitidez, son los nazarenos de San Bernardo discurriendo por la recoleta plaza de la Alianza.
Como una metafora de la vida me situa mis recuerdos con esta imagen en este mes de Septiembre donde comienzan los nuevos retos, temporadas, años y un sin fin de proyectos...y ahi estan los cofrades. Empezando su ciclo y como simil nazarenos del miercoles santo que se encuentran en mitad de la semana o de una pandemia que no saben como terminara.
Pausadamente, sin las estridencias ni las prisas que marcan nuestro tiempo o esta crisis sanitaria, sin esa aceleración que nos impone los horarios estrictos hasta para llegar al templo, y que en demasiadas ocasiones convierten la estación de penitencia en una especie rally cofradiero, más preocupados por hacer prevalecer el estricto horario que nos hacen cumplir que por guardar la penitencia y la observancia de la intimidad que nos procura el antifaz, que de esto habría mucho que hablar y discutir. No hay nada más hermoso, de poder conseguirse, que rememorar en nuestro interior, poder aislarnos de las miserias y materialismos de la vida cotidiana y recapacitar sobre nuestras actitudes y aptitudes ante el compromiso —que no se nos olvide, que adquirimos voluntariamente— de seguir y cumplir los mandatos de Dios, que se hizo hombre en aquel Carpintero de Judea y que promulgó valores vitales que ignoramos porque nos vence la comodidad, y que murió por la Redención de nuestras culpas.
El 22 de Septiembre empezamos una nueva temporada de radio en Onda Capital 95.1fm o radio online, cada martes de 15.00 a 16.00 horas tendremos tertulia de Tradiciones en un restaurante de la centrica calle San Fernando de Sevilla. Alli se hablará de Cofradias, flamenco y Tauromaquia. Nuestras Tradiciones nunca mejor dicho con estos ambitos y artistas estan haciendo el verdadero camino de una nazareno en su "estacion de penitencia" en esta crisis sanitaria o pandemia del Siglo XXI. Todos estos artistas parecen nazarenos de un miercoles santo "como los de San Bernardo" sin saber cuando la hermandad llegara a su templo. Todos somos nazarenos de esta pandemia pasando con lentitud ineludible, abstraídos en sus pensamientos, enclaustrados en el monasterio en el que convertimos nuestros hábitos penitenciales.
Nada parecía alterarles. Y por ello cada semana hablaremos con diferentes protagonistas para ver Su condición de penitentes de luz, les habilitaba para ir señalando el sendero por el que habría de pasar el Cristo que duerme pendido del árbol del sufrimiento, de la madera que santifica y sana, que abarca la dimensión humana hasta comprimirla en el bello sueño de Jesús. No había más precipitaciones que la de la luna por querer burlar las almenas de la Alcazaba y esparcir su argénteo resplandor por la blancura de la cal y proyectar en los muros de las viejas casas la silueta del Señor que vence a la muerte. En la lejanía, acunados por la brisa de las primeras horas de la noche, llegaban los sonidos de una marcha de cornetas y tambores, confundidos con el murmullo de un gentío que calmaba sus ansias refugiándose en el silencio, ese retiro espiritual que viene clamado por el siseo suplicante que ajusticiaba el rezongo de la multitud.
Poco a poco, como el racheo de los costaleros, las sombras fueron anegando los límites de aquel espacio, sembrando de intimidad y recogimiento cada lienzo de la muralla almohade que habría de ensabanar a los componentes de la cofradía. De improviso todo se vio sorprendido por una voz que mandaba, por unas órdenes que eran escrupulosamente obedecidas y que fueron acercando el paso al orto de la plaza, donde el ronroneo del agua aplicaba una suave oración, y los altos candelabros del paso conferían a la escena una grandilocuente majestuosidad. Las miradas se elevaban hasta converger con la dulzura del rostro del Señor. El torrente de una voz, enronquecida y flamenca, asaltó el silencio. Aquel estruendo no desfiguró el recogimiento, sino que, muy al contrario, transfiguró la esencia del momento y acentuó la espiritualidad popular, acrecentó la emoción y sublevó los sentimientos. Las últimas parejas de nazarenos fueron desapareciendo, engullidos misteriosamente, por la calle Rodrigo Caro, y el chasquido de la madera les dirigían en el camino de regreso.