Comer es un acto fisiológico que nos asegura la supervivencia y el sustento de la especie (además de la reproducción). Esa era su función desde los comienzos de la humanidad. Sin embargo, en los últimos siglos las cosas han cambiado bastante. Ahora no sólo comemos para nutrirnos sino también por placer, como parte de nuestra vida social. Y esto también tiene una explicación neurofisiológica.
El cerebro regula la necesidad de comer a través de las señales de hambre y saciedad. Estímulos como la falta de energía en las células o niveles bajos de glucosa en sangre inducen la liberación de hormonas (como la leptina en las células grasas), activándose la sensación de hambre para que se mantenga el equilibrio energético. Por otro lado, señales como la distensión del estómago o elevadas cantidades de grasa en las células, hacen que se incrementen los niveles de grelina (en el estómago), activando la sensación de saciedad. Pero no es todo tan sencillo, ya que en este sistema hay numerosas hormonas y neurotransmisores implicados y relacionados entre sí. El olor, el sabor, el color o el aspecto de la comida son también estímulos que fomentan la activación de sustancias cerebrales que harán que nos apetezca más o menos comer lo que tenemos delante. Pero más allá de lo puramente fisiológico y basado en el instinto de supervivencia, se encuentran vinculadas otras señales asociadas a la parte más primitiva del ser humano: las emociones. Cuando vinculamos las emociones con la comida (comer para sentirnos mejor, comer cuando estamos aburridos, etc) en busca de una sensación de bienestar, se produce una recompensa cerebral en la que se activan áreas del cerebro que liberan dopamina y serotonina, las hormonas del placer. Esto conlleva a sentir la necesidad de querer comer esos alimentos que asociamos (probablemente por los recuerdos) a las emociones positivas (aún sin tener hambre). A esto se conoce como Sistema de Recompensa, es decir, comer para obtener una recompensa afectiva en lugar de comer para nutrirnos. Y sus efectos van más allá del aspecto nutricional. La comida no es una moneda de pago emocional, y es importante buscar otras herramientas para recompensar nuestras emociones.
Dra. Griselda Herrero Martín
Dietista-Nutricionista (Colegiada nº AND-336)