El pasado 2 de abril se celebró el día mundial del autismo y muchos colegios, antes de las vacaciones de Semana Santa han realizado actividades para la integración y normalización de los niños y niñas que sufren este trastorno y para ello las escuelas se han llenado de camisetas, pañuelos y telas azules, color asociado al autismo.
Cuando se padece el trastorno del espectro autista (TEA), la comunicación, la socialización y la conducta pueden verse alteradas, teniendo dificultad para relacionarse/adaptarse con los demás, para mostrar los sentimientos o incluso llegar a tener intereses obsesivos. ¿Puede la alimentación de los niños y jóvenes con TEA verse afectada debido a su contacto con el medio e interacción con él?
En un estudio publicado recientemente en la revista Journal of Autism and Developmental Disorders, de Josefa Canals-Sans et al., han analizado el consumo de alimentos en niños con TEA, TEA subclínico y niños con desarrollo típico (DT), así como sus recomendaciones dietéticas convenientes. Para ello, evaluaron a 450 niños, de los cuales 77 de estaban diagnosticado con TEA, 40 estaban en proceso subclínico y el grupo mayoritario estaba formado por niños con desarrollo típico (grupo control). Curiosamente, los niños en edad preescolar (de 3 a 6 años) con TEA consumían menos verduras, pescado y huevos respecto al grupo control (DT), en cambio en la etapa de primaria (de 6 a 12 años) consumían menos legumbres, verduras crudas, frutas cítricas, queso, yogur y aceite de oliva pero más cantidad de carne. De lo que no se libra ningún grupo, bien sea con TEA o sin él, es del elevado consumo de azúcar, aunque se puede observar un mayor incremento en su ingesta en niños con TEA respecto a sus iguales del grupo control.
¿Podría ser que los datos de la elevada prevalencia de obesidad encontrada en niños de primaria con TEA sea la consecuencia de un patrón de alimentación menos saludable que los niños sin esta patología, sostenido en el tiempo? En el artículo mencionado se da a entender que los niños con TEA tienen un patrón menos saludable, lo cual justificaría una mayor prevalencia en obesidad. Sin embargo, no es tan sencillo y no podemos simplificar la justificación a una cuestión de qué alimentos se eligen. Los niños con TEA tienen ciertas dificultades que les afectan en su comportamiento con la comida, así como en sus posibles preferencias alimentarias, lo que supone la aparición de problemas complejos en torno a una alimentación saludable.
En primer lugar, suele haber alteraciones sensoriales que afectan a que tengan mayor preferencia por alimentos blandos o cremosos como las natillas o el helado, o, por el contrario, crujientes como las galletas o patatas fritas. Por otro lado, el subdesarrollo de la musculatura motora oral afecta también a la dificultad de masticación, por lo que suelen aceptar mejor alimentos de fácil masticado (cremas, yogures, bollería tierna, etc.). De hecho suelen tardar en aceptar alimentos sólidos, incluso llegando hasta los 8 años. También tienen hiperselectividad alimentaria, de forma que seleccionarán alimentos en función del sabor, color, marca del producto, etc. Y finalmente, el comportamiento en la mesa también se ve afectado por el tiempo que necesitan normalmente para comer y por la probabilidad de tener comportamientos inseguros. Todo ello complica mucho más las cosas, haciendo que las posibilidades de lograr una alimentación saludable sea más difícil de lo que ya lo es en niños sin esta enfermedad.
En este caso, ¿cómo podemos atajar el problema?¿Puede la relación social con el resto de compañeros influir en las decisiones alimentarias que toman los niños?
No podemos intentar solucionar un problema solo desde un punto de vista dietético cuando estamos hablando de una patología que afecta a numerosos aspectos, por lo que no es una
cuestión únicamente de elecciones alimentarias per sé. Tal como mencionábamos al principio, el trastorno del espectro autista influye en la relación y en la socialización de los niños y jóvenes con el resto y el medio por lo que debemos intentar crear entornos saludables que mejoren, no solo un patrón dietético, sino la relación con la alimentación, con el medio y con el resto de compañeros. Y sobre todo, tener paciencia e ir adaptándonos al ritmo y evolución de cada niño.