FLAMENCO
TRES DIAMANTES FLAMENCOS EN EL ALCÁZAR
Por
José Cenizo Jiménez
Post #39

Hola. Os dejo, por si es de vuestro interés, mi opinión, que también podéis ver en el diario digital Luz Cultural, sobre el recital de Inés Bacán, La Macanita y el pianista Pedro Ricardo Miño, grandes todos y gran noche en el Real Alcázar de Sevilla.

TRES DIAMANTES FLAMENCOS EN EL ALCÁZAR

José Cenizo Jiménez

            La Bienal de Flamenco de Sevilla nos trajo la noche del miércoles 18 de septiembre el espectáculo “De pozo y luna”, en el marco de las “Noches únicas” del Real Alcázar. El tópico de un marco incomparable, sirve. Y sirvió más aún al engrandecerse con la presencia de tres diamantes de lo jondo, tres grandes artistas flamencos: al cante, Inés Bacán y La Macanita, con Pedro Ricardo Miño y su piano, presente toda la noche bien acompañando a las cantaoras, bien como solista. A su lado, apoyando, las palmas de Juan Diego Valencia y Cantarote y la percusión de Paco Vega.

            El programa anunciado contenía estos títulos y palos flamencos, algunos de una sonoridad y resonancia destacables: Soníos Negros (Seguirilla), Cava de los Gitanos (Tientos / Tangos), Cansada Marisma (Nana), Romance de la tierra (Romance), Primer llanto (Seguirilla), Los ejes de mi carreta (Canción), Alegría pa ti… (Alegría), Plazuela Santa Ana (Bulería), Noche encendida (Malagueña), Alta sangre (Soleá), Al son de la luna (Tientos), Como comer solo (Bulería) y De Pozo y Luna (Martinete). Es de agradecer que se siguiera por completo, algo que no siempre ocurre, así como los indicados hermosos títulos.

            En las Notas de la web de la Bienal se nos dice: “Mira, atento, cómo alumbra una luz sin miel las certezas de tres generaciones”. Y, en efecto, estamos antes tres generaciones: Inés, la mayor, la diosa jonda de Lebrija, cuya genealogía flamenca abruma; Pedro Ricardo, el más joven, hijo de los grandes Ricardo Miño y Pepa Montes, oficio y pasión al piano; y, en medio, en plena madurez, Tomasa Guerrero Carrasco La Macanita, la perla de Jerez de la Frontera.

            Se organiza todo con detalle, sin entradas y salidas constantes de técnicos, con un sonido y una luz que no incordian ni ocultan, todo ello necesario, más de lo que parece, para ofrecer, como se hizo, un espectáculo único y ejemplar, con la brisa de la noche y la luz de la luna llena y tanta categoría en el escenario. Toda la carga recae sobre el pianista, los dedos mágicos y tan flamencos (mucho flamenco en su casa familiar) de Pedro Ricardo. Empieza con dos interpretaciones, seguiriyas y tientos-tangos. Entra Inés con su figura inconfundible, su sencillez, su voz que enseguida nos lleva a su terreno, sin gritar, con mucha esencia y profundidad, sin dejar de dominar por alto cuando es necesario, pero sin gritar, que es otra cosa. Lo dice en una entrevista que le hace Juan Guerrero en Expoflamenco (17-10-2022): “Mi cante no lo entiendo todo el mundo porque no doy voces”. Inés nos cala, nos invade, nos seduce, nos alivia como pocas cantaoras (y cantaores), como hacía la Tomasa, la madre de José. Así lo demostró por nana, romance y canción. La primera nos endulzó, tan dolida que parecía una seguiriya, también porque la dedicó a su hermano, el recordado Pedro Bacán. El romance floreció con el tempo de Lebrija y de su personalidad, el conocido tema de Thamar y Anmon, como nuevo y personal en su forma de transmitirlo. Y la canción, la famosa “Los ejes de mi carreta” del compositor y cantautor argentina Atahualpa Yupanki, una lección de verdad y filosofía, que tanto nos gusta, en su voz tocó el fondo del pozo, la pureza, y el vuelo de la luna, el sentimiento. Una prueba más de cómo el flamenco todo lo abraza, para traerlo a su vivencia y a su música, generalmente con fantásticos resultados. Ofreció la “memoria de una superviviente”, título de un espectáculo de Inés en la Bienal de 2020.

Vuelve el piano a estar a compás del cuerpo y el alma, el gozo y el trabajo, esta vez con dos nuevas piezas, alegrías y bulerías, para formar una fiesta con alarde de técnica y precisión, cantaba con las teclas, como en éxtasis, con su corazón musical, el académico y el flamenco, a cien.

Llega la segunda cantaora, la Macanita, de amplia y reconocida trayectoria ya, con un cante lleno de fuerza, variedad tonal y de estilos, enrabietado y dulce a la vez, cante propio de un tiempo no antiguo ni actual, sino eterno. Por malagueñas con remate de abandolao, por soleá con letras tradicionales y cantadas con enjundia -es uno de sus fuertes-, tientos con final de tangos, y bulerías, imprescindibles, que en su cante, tan de Jerez, nunca falta la pena pero la alegría tampoco.

Por el aire de la noche pasó buena parte del flamenco: Manuel Torre, Caracol, Fernanda, La Serneta…, y Utrera, Lebrija, Jerez, Cádiz, Triana…Y, al final, como la guinda de un pastel muy apetecible, las clásicas tonás y martinetes, unas letras a dúo, abrazadas, hermanadas por el cante grande las dos artistas poseedoras de un sello, una voz personal, algo que las distingue enseguida. Dos voces convincentes, naturales, ancestrales, sanadoras, que enriquecen nuestra vida y nos consuelan de lo amargo de la vida, principal función del arte y de la música. No olvidaremos este sobresaliente recital a tres, especialmente, por nuestra parte, compases del mismo como la seguiriya inicial de Pedro Ricardo, así como sus radiantes alegrías; de Inés, por destacar sobre el conjunto, la nana sobrecogedora o el romance, y de Macanita la soleá o los martinetes. Pero nos llegó todo, que conste. Fuimos felices durante este rato mágico de pozo y de luna, de brisa y pluma, de bálsamo y jondura. Será hermoso decir de aquí en adelante: Yo también estuve allí. Emocionado y aplaudiendo agradecido, como todo el público que llenó el aforo.

Fotos: Laura León, de la web de la Bienal, sección de prensa. Agradecidos.

 

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