Paritorio de cualquier hospital, un feto está a punto de convertirse en neonato y todo apunta a que tendrá una vida en propiedad.
Para los que ya estamos aquí, la realidad es bien distinta ya que, si bien tenemos ciertos derechos sobre nuestra existencia, se dan multitud de circunstancias que escapan a nuestro control, al menos a parte del mismo.
La culpa no es del bebé, es esperable que nazca con una sensación de haber venido para quedarse para siempre, faltaría más. El problema viene cuando vamos creciendo y descubrimos -a veces demasiado pronto- que nuestra vida se ajusta más a un formato de renting que de compra.
Así, encontramos que nuestra duración vital está asociada a “pagos periódicos” para poder seguir disfrutando del bien, con un contrato que firmamos sin saber previamente cuando expira. Simplemente, un día cualquiera se acaba… y se acabó. Algunas personas parecen haber cerrado un contrato de muchos kilómetros anuales por muchos años, otras -sin saberlo- acordaron un acuerdo con poco recorrido, tanto en espacio como en tiempo. Nunca se sabe.
Incluso, ciertas personas amplían la cantidad de kilómetros que usan cada año, para así tener más libertad de movimiento, sin estar exentas por ella de un incremento en la cuota a abonar.
Durante todo el “arrendamiento vital”, se presupone que gozaremos de ciertas garantías, aunque por desgracia no todas las personas tendrán acceso a todos los servicios que el arrendador ofrece, aunque vayamos a hacer las revisiones a la “casa oficial”. Siempre puede haber algún defecto de fábrica, imprevisible y no del todo corregible.
Si alguien piensa en comprar el bien, se encontrará que en el supuesto contrato firmado no aparece esa posibilidad, aunque algunas personas piensan que tras finalizar el mismo se puede hacer algún apaño con el arrendador para seguir disfrutando, aunque sea en otro plano. El producto es de tal valor, que no hay nadie -por el momento- que pudiera comprarlo directamente.
En el uso del bien, no se nota en realidad si el producto es comprado o no, ya que puede usarse cómo se plazca, aunque puede que al final del contrato el arrendador haga pagar un plus por mal uso del mismo. No hay testigos sobre tal asunto, pero se escuchan rumores.
Parece un sistema creado sólo para ciertos tipos de personas –“empresarios y autónomos”-, pero los particulares usan igualmente el mismo producto, sólo que, con menos ventajas fiscales, siendo el final idéntico: devolución del bien.
Sucede algo también un tanto extraño, toda vez que hay personas que deciden romper el contrato de forma unilateral, por diversos motivos. Se supone que eso les condena a una penalización, que es complicada de concretar porque nadie vino para contarlo.
Igual de sorprendente es que, sin romper el contrato, algunas personas no hacen uso del bien por diferentes razones, que va desde que no les satisface ya o incluso tienen miedo a que éste se dañe, intentando preservar algo que -algún día sin poderlo evitar- tendrán que devolver, lo cual es algo muy paradójico.
Otras no se permiten disfrutarlo, porque a alguien cercano le expiró el contrato y se quedó sin el producto. Esto es volver al punto anterior, en el que, teniendo aún el contrato en vigor, se deja el servicio abandonado, como esperando la culminación del acuerdo.
Estas personas olvidan la fortuna que tienen, en comparación con otras cuyos conciertos disponen de un plazo de tiempo muy breve, sin apenas posibilidad de deleitarse con el bien, y sin opciones para ampliarlos.
¡Disfrutemos del producto de la VIDA, por si mañana llega el arrendador cancelando el contrato!
LA PREGUNTA DEL "MILLÓN": ¿Te gustaría conocer los detalles de tu contrato de Vital Renting?
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Manuel Salgado Fernández
PSICÓLOGO CLÍNICO // Col. AN-2.455