La traumatóloga midió su cuerpo con los instrumentos que se encuentran en mi mesa de dibujo, como una arquitecta del cuerpo humano. Escoliosis idiopática adolescente. Edad 9 años, desviación 28 grados. Corsé ortopédico 20 horas al día y rehabilitación.
Cuando a mi hija le diagnosticaron escoliosis y me enseñaron su radiografía,
yo no vi un cuerpo humano, no lo vi durante siete años.
Como arquitecta, sólo vi una columna que necesitaba de mi intervención para recuperar el equilibrio.
Como la columna del Templo de Vitruvio, sólo aceptaba la simetría, proporción y verticalidad del cuerpo «bienformado», unidad de medida de toda la arquitectura.
A partir de ese momento dio comienzo nuestra «obra».
Me convertí en ese bajo continuo que acompaña a su melodía,
dándole el soporte armónico.
La columna es el soporte necesario para el equilibrio, pero cuando las sobrecargas no se pueden soportar comienzan a aparecer la grietas;
unos espacios vacíos donde se encuentran
los silencios, las contradicciones y las dudas.
Fue la música que creamos el material que sirvió para sellar las grietas de nuestra estructura, recuperando el equilibrio y
transmitiendo todas las tensiones a tierra.