De Alejandro Gines (Sevilla, 1985) y Rubén Martín de Lucas (Madrid, 1977).
La historia no se repite, pero rima Como la historia nos ha señalado en más de una ocasión, no existe ningún territorio que no sea susceptible de ser poseído o dominado por un solo propietario. Las fronteras aparecen más que desaparecen. Lineas que limitan la libre movilidad propia de todos los seres vivos, van surgiendo a lo largo de la historia para crear entornos con un dueño. La ciudad Fenicia de Tiro2, situada en la costa oriental del mediterráneo, era considerada inexpugnable, pero hace mas de 2350 años, Alejandro Magno consiguió desmentir esa afirmación. En un primer acuerdo, la parte de la ciudad situada en la costa, cedió a sus exigencias sin necesidad de una conquista violenta, pero la otra mitad, localizada en una isla a 800 metros de la costa, se enfrentó al ejercito Macedonio. Disponían de dos puertos para abastecerse y contaban con murallas de mas de 45 m que llegaban hasta el mar; el asedio duro aproximadamente 7 meses. En otras ocasiones, los fenicios consiguieron defenderse ante cualquier amenaza invasora, pero frente al ingenio y la perseverancia en la empresa, lo que antes era impensable, pasó a ser cierto y Tiro se convirtió en una más de las conquistas de Alejandro Magno. Límites, fronteras, países, naciones, repúblicas, espacios ocupados, y un sin fin de términos están en nuestro vocabulario para definir las muchas formas de territorio que generamos. Pero… ¿Quién es su verdadero dueño? ¿Por qué tienen dueño? ¿Dónde está la línea real? Estas y otras cuestiones nos rondan el pensamiento cuando nuestra libertad de movimiento se ve coaccionada y no podemos adentrarnos dentro de un espacio por no ser dueños o pertenecernos.