“Otro lugar” abre una nueva vía de investigación en la obra de Alegría y Piñero. La voz, tema fundamental de su proyecto artístico, queda ahora desenfocada por un efecto concreto que deforma la inteligibilidad del habla hasta perder toda posible comprensión: la reverberación. Esta nueva condición les induce a especular sobre la vibración de una voz que expresa sin lenguaje.
La permanencia de un sonido, aun cuando éste ha dejado de emitirse, depende de la reflexión del mismo en las distintas superficies del espacio en el que ocurre. Alegría y Piñero utilizan como recurso la espiral de un muelle para simular este efecto de reverberación. Crean tambores cerámicos cuyos parches, afinados para vibrar en una frecuencia próxima a la voz, se conectan por medio de un largo muelle. Estos tambores articulan varias de las obras de la exposición: “Carro”, interpreta bajo un nuevo código sonoro, que transita los márgenes de la voz, el roce de su muelle con el pavimento. En “Oí” y “Resonadores de voz”, los tambores suenan sin fricción, se activan por simpatía; se reconocen en nuestras vibraciones, se apropian de nuestras voces y las sitúan en ese nuevo lugar, profundo y reverberante, que la obra sugiere. “Cuerpo resonante” y “Pantalla” modelan y redimensionan el sonido a través del muelle. Ambas tienen un mecanismo autónomo de activación: un golpe seco es el detonante del sonido que estas esculturas mantienen vivo, aplazando su desvanecimiento, retardando su muerte hasta que golpea de nuevo.
Una experiencia personal sin trascendencia, que sin embargo deja una profunda huella en los artistas, da inicio a esta búsqueda:
“Hace años, visitando una casa para alquilar, experimentamos una ilusión acústica. Entramos en una diminuta habitación donde apenas cabía una cama pequeña y una estrecha estantería metálica. El anfitrión continuaba hablando como lo había hecho a lo largo de todo el recorrido, sin embargo, al entrar aquí su voz cambió por completo. Una fuerte reverberación nos envolvía, nuestras palabras resonaban como si estuviéramos en el centro de una enorme catedral. Sorprendidos comenzamos a emitir distintos sonidos, a dar palmadas…buscábamos la causa de esta extraña sensación de discordancia entre el espacio en el que nos encontrábamos y la sensación espacial que el sonido de nuestras voces nos devolvía. Descubrimos que aquel efecto se originaba en las finas baldas de la estantería.”
Recrear aquella experiencia y desarrollar la reverberación a través de un objeto escultórico, que engendre en su sonoridad una espacialidad propia, constituye el eje vertebral de esta exposición. En estas nuevas esculturas se apela a una afección del propio cuerpo, a una comunicación por resonancia, donde el sonido se modela, se vierte y se refleja. El muelle, presente en todas las piezas, genera una atmosfera específica que sugestiona la percepción y reclama nuevas estrategias sensibles que permitan reubicarse en este nuevo lugar al que la escultura nos conduce.