Bajo la aparente ligereza y amabilidad de Quintero se esconde un concienzudo análisis de recursos de representación y de cómo éstos se configuran como sistemas plásticos coherentes. Una especie de código, que atraviesa momentos de la historia del arte y que él se ocupa de leer y recomponer con maestría. El resultado es una genealogía lúdica de los distintos procesos de estilización o de síntesis de la forma que se sigue igual de abajo a arriba y de arriba abajo, haciendo y deshaciendo de continuo el trayecto que va de lo simple a lo complejo , mostrando al cabo las inconsistencias de cualquier noción de progreso. ¿O no es acaso mejor contemplar esa gozosa y ordenada sincronía cuyos ítems (o cuadros) se presentan simplemente numerados, como entradas de un catálogo infinito?
Esa posibilidad es la que nos brindan estas Pinturas decorativas recientes, deslizando ese insidioso adjetivo (reciente) para situar en este tiempo nuestro a un género pictórico que, para bien o para mal, parecería más bien fuera de él. Ese apego al presente vivo obedece a dos convicciones del artista. En primer lugar, que como hemos visto, la mirada de hoy permite reconciliar y sintetizar ideas plásticas que en su momento se pensaron divergentes o incluso opuestas: la visión aplanada del espacio post-impresionista y la perspectiva clásica; el empleo (instintivo, emocional) del color que preconizaban fauves o expresionistas y la férrea lógica de la organización del espectro cromático.
Pero hay una segunda implicación del presente en estas pinturas decorativas de Cristóbal: la que le lleva a tomar de él el repertorio de motivos, objetos y actitudes que representa en sus obras. Estas actividades corrientes o banales, en las que todos podemos reconocernos son el tema a celebrar por su visión plástico-decorativa para organizar a partir de ellas un friso de la vida moderna cuya radiante entidad nos asiste y vivifica en esta hora tan necesitada de lux, calme et volupté.