Kandinsky, que desde niño amaba la música y la estudió a conciencia, encontró en la obra musical de Schönberg la confirmación de que había escogido el camino correcto en la pintura.
«El color es la tecla; el ojo, el macillo; y el alma, el piano con sus numerosas cuerdas», escribió Kandinsky en Stupeni (Mirada retrospectiva).