Los humanos prefieren la luz a las tinieblas por la obvia razón de que somos fundamentalmente animales visuales. En la oscuridad, incapaces de ver, nos sentimos desorientados y perdidos. Sin la guía y la restricción de una realidad externa clara y delineada, nuestra imaginación se desata y conjura monstruos que nos acechan (Tuan, 2015: 32).
La luz y la oscuridad, lo aterrador y lo bello, lo alto y lo bajo o lo exterior y lo interior son algunas de las dualidades que están presentes en nuestro devenir cotidiano. Al igual que nuestra propia naturaleza es contradictoria, nos movemos entre opuestos para encontrar el equilibrio, hallando en los contrapuntos aquello que nos define y motiva nuestros impulsos creativos.