Dos hombres solteros de treinta y pocos y cuarenta y tantos comparten piso en una comunidad de vecinos de cualquier ciudad de nuestro país. Uno de ellos trabaja y el otro no (o sí); uno de ellos, gordo y "amanerado" lleva siempre un mandil de lunares, con abanico a juego, y se encarga de las labores del hogar; el otro, esbelto y apuesto, es un joven que atraviesa a diario el zaguán del bloque vestido de traje y corbata, sin perder un aire ciertamente informal.