FLAMENCO
ALFREDO BARRERA CUEVAS COMENTA EL DISCO "CALLEJÓN DEL ARTE" DE DAVID DE ARAHAL
Por
José Cenizo Jiménez
Post #54

Hola. ¿Todo bien? Eso espero. Os dejo el comentario que hace un buen amigo de la enseñanza y del flamenco (de lo primero ya me he jubilado yo, a él le queda mucho) sobre el disco "Callejón del Arte" de David de Arahal, el último fenómeno de la guitarra. Creo que no puede dejar de divulgarse un comentario tan profundo y apasionado a la vez, no en vano Alfredo es también escritor, además de doctor en Matemáticas y excelente aficionado al flamenco, con un conocimiento que admiro. Enhorabuena a todos los que intervienen en ese bello disco. Abrazos y sed felices.

Enlace a uno de los títulos del del disco en la presentación en la Bienal de Flamenco de Sevilla, día que tuve el gozo de estar presente:

https://youtu.be/OZ4WWeMUhMw?si=zaGqRO8EEhP_5omb

 

El transcurrir del tiempo en el Callejón del Arte...

       Alfredo Barrera Chanuevas

 

David de Arahal toma una almueza de arena. Mientras se le escapa de entre las manos, sueña con un tiempo ilimitado para crear leves mariposas sobre lo que parece ser un pentagrama de seis cuerdas.

La paradoja semántica da pie a la comparativa entre la poética musical de Stravinsky y la concepción flamenca de Federico García Lorca, una antítesis aparente que, por momentos, llega a darse en esta obra. Donde el intérprete fiel a una música estructural, técnica, disciplinada e intelectual se entremezcla con la música impregnada de una interpretación creativa, emocional, mística y arraigada a la tradición popular.

 

Entretanto la ilógica de ese sueño aún no se ha convertido en paradoja, el guitarrista de Arahal se rodea de maestros y de duende, de luz y de voces, de escena y de eufonía para adentrarse por el entramado de calles de un pueblo y evocar, con su música, una sutil universalidad conceptual. Hay interpretación y maestría como hay embrujo y sentimiento, además de un trasfondo literario transcrito al toque flamenco.

 

El silencio de la noche se va haciendo jaleo cuando amanece en el Callejón del Arte. A través de un punteo acompasado de notas, las melodías nos introducen en una combinación rítmica de arraigos extremeños con cadencias que me recuerdan a Jerez, pero zurcidos con profundos matices de Manolo Sanlúcar. Tras la estética se adivinan músicas lorquianas a través de la Argentinita, reminiscencias de petenera folclórica y algún fragmento de música clásica.

 

La calle se engalana con claveles rojos en las paredes y se representan sobre la roseta de una guitarra. Un toque por granaínas, traído desde la campiña sevillana, evoca escenas de la Alhambra. La armonía del trémolo imprime la frescura de la flor sobre los encalados, las falsetas son jirones de clavellina de algún Carmen y el arabesco del glissando hace de esqueje a los apagados que emergen como una sombra en el silencio de las callejuelas del Albaicín que juegan al ajedrez entre las celosías, toda una conjunción cromática de nostalgia y fantasía.

Un halo de penumbras emerge en una soleá de insólitos sonidos, tras los que se esconde el compás de amalgama del toque de acompañamiento. Con los resplandores de una coruscante luna de voz se van iluminando los velos de la guitarra. Ángeles Toledano deja desnudos los misterios mientras David de Arahal los envuelve de inusitada sonoridad. Y así, en ese diálogo entre cante y guitarra, el dramatismo se debate con la reflexión. En la forma que se busca la identidad propia, a través de algún reflejo momentáneo que sorprende a las musas mientras ahondan en las profundidades ignotas.

 

Los cisnes pueblan la avenida de un parque. La recorren hasta llegar a un estanque que trae brisas de una bahía de compás en tonalidad mayor. Entretanto, la polisemia de la palabra cisne nos lleva a la definición figurada de poeta o músico excelente. Y en esa excelencia, las manos de David se convierten en dos alas de cisne, donde su vuelo toma la forma de un abanico ideal para ejercer voluptuosos rasgueos, como un Zeus transformado para seducir a Leda. La crudeza del mito, llevada al verso por Pierre de Ronsard, se refleja en la celeridad de la alzapúa, la intensidad de las horquillas y la combinación de los picados. Mientras los trémolos, junto a los juegos de ligados, armonizan la metáfora de la divinidad musical que acaba por cautivar el carácter de la debilidad humana.

 

Se hace el silencio por las calles y un niño juega con su cometa mecida por vientos de Levante. Un guardacoches lo observa ensimismado y le apunta unos cantes lejanos que aluden pueblos allende Sierra Morena. La guitarra transporta la musicalidad de esas tierras a un entorno más cercano, captando en el compás binario latente todas las esencias posibles del camino, detenido en aires granadinos, por momentos, para soltar cuerda y entrar en profundidades mineras. Mientras el Guardacoches se aleja hacia sus quehaceres, el niño recoge la cometa y sueña con nuevos vuelos, quién sabe si, a través de otros aires.

 

Los vientos andaluces, como los aires flamencos, destacan por su enorme diversidad. Así, mecido por las brisas del fiscorno, la música del guitarrista de Arahal ha tejido una biznaga de frescura reflejada en el enfoque dinámico y alegre de los tanguillos. En un armazón que posee la bravura del barrio jerezano de San Miguel ha insertado esos jazmines que llevan la calma de la Barrameda. Una composición rítmica de olores de atardecer, donde se han unido algunos de los aires atlánticos más representativos del toque por tanguillos a las que David Rodríguez Romero ha ido imprimiéndoles las nuevas fragancias del feraz jardín de su guitarra.

 

Cae de nuevo la noche y la cafetería San Francisco se convierte en una especie de teatro de variedades. El toque de la Caña nos transporta por la historia de este palo flamenco primordial, pero a su vez, nos sugiere escenarios alternativos por medio de algunos arreglos musicales vanguardistas. Un toque traído desde las ancestrales vihuelas y tiorbas de aquellas escenas andaluzas de Estébanez Calderón, que retrataban un baile en Triana, al ambiente de una sala neoyorquina de los años veinte del siglo pasado, observada por algún poeta en su estancia. Ambientado en la noche como espacio simbólico de ambas tradiciones, la penumbra intensifica el arraigo a la vez que permite explorar la modernidad. Una esfera introspectiva que muestra, a la vez, las maravillas humanas y creativas de un músico emergente y distinto.

 

David de Arahal y Manuel de la Tomasa ha creado, del Stop al Apeadero, un pasaje de mosaicos que nos transporta desde el pasado al presente, rememorando historias de la época dorada de la seguiriya. Una pieza que conserva lo ancestral y recoge hondos sonidos de su extenso trayecto, pero creando elementos insólitos en una seguiriya restaurada sobre una especie de narrativa musical. Porque han sido capaces de darle un enfoque descriptivo para contar una historia transmitiendo emociones. Todo ello a través de un cante de arraigo centenario que florece en renovadas ramas y un toque de acompañamiento sumamente clásico, de acusado compás, donde el carácter trágico es llevado a una musicalidad de alivio entreverando la tonalidad mayor, las variaciones con intercambio modal y el timbre de los agudos arrastrados en el modo flamenco predominante.

 

Un azul de profunda pureza se entremezcla con la solemne elegancia del brillo del azabache en una bulería de crepúsculos. Allí la simbología del color despierta esencias de tauromaquia, aquellas que fueron germen de la inspiración de esta pieza. Y un prisma creativo permite que el compositor recoja modelos de esplendor y los transforme en nuevos sonidos. Como captar el rumor de una obra atemporal donde el maestro Manolo Sanlúcar refleja musicalmente tercios, suertes y rituales de los pasajes del toreo o como recoger los ecos de aquellas armonías que encumbraron la dualidad indeleble de Camarón de la Isla y Paco de Lucía, todo ello para crear a este tiempo su propio crisol de musicalidad.

 

La soledad se hace poema en una composición que explora el lado más poético y melódico de la guitarra flamenca. Si esta letra y música originales de Rafael de León y Juan Solano ya tenía una voz de referencia, la de Gracia Montes, ahora se puede decir que también tiene un arquetipo en la guitarra, en una forma en la que el artista interpreta a la vez que explora nuevos caminos, donde se muestra su tendencia por ciertos paisajes sonoros introspectivos y llega a crear atmósferas riquenianas de una sensibilidad melódica extraordinaria.

 

La música que nos trae este magnífico trabajo de un joven guitarrista, David de Arahal, destaca por su condición natural para saber sintetizar las influencias de maestros históricos con una visión contemporánea que sigue expandiendo los horizontes del arte flamenco. La musicalidad que le imprime al cante trasciende el arte de acompañarlo para convertirlo en la magia de envolverlo y su toque en solitario se vuelve intimista a la vez que se impregna de simbolismo.

Las callejuelas tienen el encanto de ser porciones de espacio donde el tiempo se detiene aparentemente. Pero éste es un concepto que transcurre incesantemente, mientras mide la separación entre acontecimientos. Así el tiempo puede escaparse, suceder o transformarse. Y en una de esas callejas, David de Arahal tomó la arena del tiempo impregnada de los cánones de los toques flamencos. La ha dejado discurrir entre sus manos para convertirla en un arte que cautiva con hechizos del presente. Mientras que allí, cronológicamente, se vislumbra una plazuela de leyendas contemporáneas, un lugar de excelencia que se abre para él porque está forjando un estilo de toque sumamente personal, de carácter inconfundible y, a cada rato, sublime.

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