Cada día es más frecuente ver medios de comunicación que nos hablan sobre la importancia de tener una buena microbiota intestinal en nuestro organismo y de la relación cerebro-intestino, fundamental para el buen funcionamiento del sistema. También vemos muchos anuncios que aprovechan este creciente interés por nuestra “barriguita” y aparecen en el mercado nuevos productos que supuestamente nos ayudan a mejorar nuestras digestiones, a regular los problemas con el baño o hacernos sentir bien. Para ello, habremos oído hablar de prebióticos y probióticos y de una serie de nombres raros de bacterias que teóricamente pueden acabar con nuestros problemas. Pero, ¿qué es una microbiota saludable? ¿Podemos conseguirla? ¿Es tan bonito y fácil como lo pintan?
Hay una falta de consenso para definir qué es una microbiota intestinal saludable, pero podríamos decir que es el conjunto de microorganismos que cumplen unas funciones esenciales para la salud si se encuentran en la diversidad y proporciones adecuadas, manteniendo un equilibrio. La multitud de factores que influyen en la composición de la microbiota intestinal humana complica el desarrollo de recomendaciones dietéticas adecuadas para mantener el equilibrio bacteriano. Estos datos nos dificultan el camino si buscamos una microbiota saludable. También es difícil cuando numerosas empresas de la industria alimentaria, a través de productos prebióticos (con alimento para las bacterias) y probióticos (con microorganismos vivos), nos hacen creer que son imprescindibles para el organismo si queremos mejorar nuestra población bacteriana. No obstante, en muchas ocasiones su uso podría desplazar el consumo de alimentos que favorecerían una mayor diversidad de bacterias intestinales, o bien provocar un sobrecrecimiento bacteriano no deseable.
Hay muchos factores que van a determinar qué bacterias se albergan en nuestro intestino (la dieta, el consumo de alcohol, el estrés, la actividad física, los productos azucarados, las grasas, la contaminación, el uso de fármacos, el tipo de lactancia o parto, etc). Recientes estudios demuestran que los factores intrapersonales también pueden modificar nuestro ecosistema bacteriano, incluso más que la dieta, de forma que una alteración en el funcionamiento del sistema nervioso puede dar lugar a trastornos del sueño y supresión del sistema inmunitario, afectando a los niveles hormonales y a la funcionalidad y composición de la microbiota intestinal, según apunta Noemí Redondo y sus colaboradores en un estudio publicado en la revista Nutrients, en 2020. Pero también pueden afectar la edad, el género o ciertos factores que tal vez nunca hayas pensado pero que tienen su puntal importante como la distribución geográfica.
El área geográfica es uno de los principales impulsores de las diferencias en la diversidad microbiana entre las poblaciones de todo el mundo. Por un lado, en poblaciones rurales predomina una gran ingesta de alimentos ricos en fibra, lo que conduce a niveles más altos de grupos de microorganismos implicados en el procesamiento de la fibra (bacterias del género Prevotella o Treponema). La recolección, la caza o la pesca, más frecuentes en zonas rurales también influyen en los diferentes perfiles de microbiota. En cambio, las zonas urbanas tienden a tener un estilo de vida menos saludable caracterizado por dietas ricas en grasas y azúcares refinados, sedentarismo, alta ingesta de medicamentos y extrema higiene, caracterizada por una microbiota intestinal rica en otras especies (Bifidobacterium, Ruminococcus, Fecalibacterium y bacterias lácticas).
El microbioma se ha convertido en un campo fundamental a incluir en la evaluación del estado nutricional y, por tanto, en el estudio de la salud humana, especialmente en determinadas
etapas de la vida o condiciones especiales de salud. Además, el equilibrio de los microbios intestinales parece ser fundamental para lograr la preservación de la salud a largo plazo debido a su papel en los procesos homeostáticos del cuerpo humano.
Por lo tanto, tanto si estamos en zonas rurales como en urbanas debemos apostar por estilos de vida saludables. Mejorar nuestra dieta: aumentar el consumo de alimentos de origen vegetal, disminuir el consumo de azúcares libres y ultraprocesados, etc. Mejorar nuestra relación con la comida y nuestro bienestar emocional: menor estrés, mejor gestión de la ansiedad, etc. Mejorar nuestro patrón de sueño, aumentar la actividad física y tratar de llevar unos hábitos saludables. Toda esta amalgama de factores mejorará la diversidad microbiana y estará adaptada allá donde estemos.