Hola. Feliz verano, que ahora empieza. Os traigo un texto precioso y cordial, íntimo y emotivo, de mi querido amigo y paisano de Paradas (Sevilla) Joaquín García Parrilla, casado con Inmaculada Rueda Jiménez, también paisana. Son padres de dos rosas -dos hijas encantadoras- y ya abuelos felices de una nieta que es un sol, un tesoro. Nos hemos criado en la misma calle, la de la Laguna, hemos compartido juegos infantiles. Muy joven se trasladó con su familia a Madrid. Volvía los veranos, de vacaciones, y era buena ocasión para tener algunas charlas muy interesantes sobre la vida, sobre el significado de un poema también (recuerdo estar con él y otro amigo al borde la piscina charlando un buen rato sobre qué podría significar un poema de García Lorca, no olvido nunca este detalle). Regenta con éxito una carnicería y charcutería en Utrera (Sevilla) desde hace muchos años. Ahora tiene más tiempo para él mismo y su paraíso, una parcela bella y ubérrima en una aldea a pocos kilómetros de Paradas, llamada El Palomar. Me comentó que había escrito algún texto sobre lo que sentía cuando estaba allí. Lo traigo a este blog, mi ventana personal, desde la amistad y la admiración por estar bien escrito y ser muy emotivo. Espero que os guste. Sed felices. Feliz verano.
Fotos: Archivo de Joaquín García Parrilla, imágenes del árbol del paraíso, en invierno -desnudo, como en la portada- o frondoso, el almendro como símbolo de regeneración de la vida, su padre en las tareas del campo, atardeceres en El Palomar, aperos de labor antiguos, uvas, flores, naranjas, en fin, un paraíso que, como dice, necesita de trabajo también para ver los frutos y frutas.
EL PALOMAR, MI PARAÍSO
El paraíso es un espacio tan extenso como la propia Tierra, lugar que yo divido en pequeñas porciones hasta saber cuál es la mía: El Palomar. No sé por qué, pero siempre lo sentí como el mío. En tiempos, el oasis verde que es ahora, en medio de tierras de labor y olivos, fue en su mayoría viñas y árboles frutales, como perales, higueras o ciruelos, que daban la fruta para una vida de subsistencia. Eucaliptos y pinos, para proveer de madera las necesidades del campo, la carpintería y la construcción de casas. Después, se convirtió casi en monocultivo de naranjos, desapareciendo por completo las vides, eucaliptos y pinos. Como todo oasis que se precie, El Palomar está sobre un acuífero o balsa subterránea de agua que le da la vida. Tuvo cuatro manantiales -el pozo de las Palomas, la fuente de Paterna, la fuente de Dos hermanas y el pozo de El Lejío- hasta hace unos cuarenta años. Progresivamente, sus aguas han ido secándose con la extracción mecánica a través de pozos. Entonces, en época de niñez, es cuando realmente era del todo un paraíso natural.
Después de treinta y un años que hace ya que mi madre se fue al cielo, siempre me sonríe cuando llego al lugar. Veintidós años estuvo ya aquí solo mi padre. Desde entonces, hasta morir el veintidós de julio de dos mil quince. Fecha oscura y a la vez de luz, porque ese es también el día de mi nacimiento. A él lo veo por todas partes. Sus manos plantaron los naranjos que perfuman con azahar y colorean de naranja el paisaje. Sus manos, la flor del almendro. Sus manos, cordeles trenzados que todavía cuelgan entre los aperos. Su sudor, que está esparcido por la arena, aunque ya no lo vea. Su interminable charla. Mis pies parece que pesan más sobre esa arena de su suelo que en cualquier otra parte de la Tierra. Puede que, sin yo saberlo, busquen en la profundidad, emulando las raíces de los árboles, el rumor de mis ancestros. Es curioso que, casualmente, el primer árbol que plantamos en la finca fue un paraíso. El mismo que trajo mi abuelo Joaquín, que todavía nos refresca con su sombra en verano, y dibuja su silueta desnuda en el cielo gris del invierno.
Joaquín García Parrilla Utrera, 18 de junio de 2024