Un equipo de investigación andaluz del Instituto de Recursos Naturales y Agrobiología de Sevilla (IRNAS-CSIC), de la Universidad de Jaén y de la Universidad de Sevilla, junto con la Universidad de Copenhague, ha detectado casi 9.500 hongos distintos en el suelo de la cuenca del río Guadiamar afectada por la rotura de la balsa minera de Boliden Apirsa, asociados a las especies vegetales usadas en la reforestación. Las nuevas técnicas de secuenciación de ADN han permitido conocer cómo se asocian tres especies de árboles con diferentes especies de hongos.
Las especies arbóreas y arbustivas influyen en los contenidos de nutrientes del suelo, por lo que la diversidad y la función de los hongos aumentan si se crea un mosaico heterogéneo de vegetación. “La importancia del estudio reside en comprobar que, a su vez, las plantas dependen de los hongos del suelo para establecerse y crecer, pues ellos transforman los recursos orgánicos a inorgánicos y así llegan a ser asimilados por los árboles”, señala a la Fundación Descubre la investigadora del grupo Uso Sostenible del Sistema Suelo-Planta (SOILPLANT), Marta Gil Martínez, primera autora del estudio ‘Soil fungal diversity and functionality are driven by plant species used in phytoremediation’, publicado en la revista Soil Biology and Biochemistry.
La recuperación del Guadiamar tuvo tres fases. En primer lugar, se retiraron los lodos contaminados tras la rotura de la presa; después, las administraciones añadieron enmiendas biológicas y minerales –sobre todo compost y calizas- al suelo para fijar los metales pesados; y, como final, se reforestó la cuenca con millones de plantas. En 2018, los científicos de este trabajo extrajeron el material genético del suelo para conocer las comunidades de hongos en dos zonas del ahora Paisaje Protegido del Guadiamar, a 15 y 30 kilómetros de la mina. Las secuencias de ADN halladas corresponden a 9.428 hongos diferentes diferentes, recogidas en una base de datos internacional, como contribución relevante para conocer la biodiversidad del suelo a escala global.
El estudio evidencia que arbolado y hongos se benefician mutuamente y lo precisa en tres especies establecidas a lo largo de la zona. La simbiosis entre las plantas y los hongos se establece a través de las micorrizas, las cuales están presentes en las raíces de estas tres especies. El pino piñonero y el álamo blanco presentan asociaciones con un tipo especial de micorrizas propiciando una mayor diversidad en suelos en comparación con el acebuche y las praderas. “En zonas todavía altamente contaminadas del Guadiamar apenas se han establecido unas pocas especies de hongos y con funciones que limitan el establecimiento de la vegetación; mientras que en suelos remediados existe una mayor diversidad de estos hongos debido a la complejidad de la vegetación”, añade Marta Gil.
Poco visible
Los expertos seguirán investigando qué medidas de recuperación de suelos pueden beneficiar a los ecosistemas terrestres degradados. Este estudio ha aumentado el conocimiento sobre una parte poco visible, y menos investigada, como son los microorganismos del suelo, aunque tiene consecuencias directas en la parte visible: la vegetación que se desarrolla. “Los hongos del suelo son especialmente desconocidos debido a la variedad de especies existente, muchas aún desconocidas”, afirma Gil.
La financiación ha correspondido al Ministerio de Ciencia e Innovación, y al Séptimo Programa Marco de la Unión Europea. El equipo del CSIC ha colaborado con investigadores de otros centros, en concreto, del Departamento de Cristalografía, Mineralogía y Química Agrícola de la Universidad de Sevilla; del Departamento de Biología Animal, Biología Vegetal y Ecología de la Universidad de Jaén; y del Departamento de Biología de la Universidad de Copenhague (Dinamarca).