Es muy habitual pensar en eliminar las grasas cuando se pretende perder peso. Y muy similar ocurre en el caso de los niños, olvidando que en la infancia se establecen unas necesidades nutricionales debido al crecimiento y desarrollo infantil.
Como ya se ha mencionado otras muchas veces en este espacio, la obesidad, también en niños, es un problema multifactorial y no podemos centrar la solución solo abriendo un frente y dejando toda la responsabilidad a las grasas. Porque es un error pensar que a mayor ingesta de grasas, peores resultados en el peso. ¿O acaso todas las grasas son iguales? ¿O acaso debemos demonizarlas?
En un estudio publicado en Cochrane en 2018, se evaluaron los efectos y las asociaciones de la ingesta total de grasas sobre las medidas de peso y grasa corporal en niños y jóvenes que no buscaban perder peso. Es un estudio muy completo donde se incluyen 24 estudios (ensayos controlados aleatorios y de cohortes analíticos prospectivos) en más de 25000 niños de 24 meses a 18 años, asignados al azar a una dieta baja en grasas (30% o menos de la energía total) en comparación con una dieta habitual o moderada en grasas (superior al 30%), sin la intención de reducir el peso. Pues bien, a pesar de la cantidad de estudios y la muestra tan amplia que se ha analizado, los investigadores no han podido llegar a conclusiones firmes respecto a la relación entre disminución/aumento de grasas y su implicación en la pérdida/ganancia de peso. Sólo en tres de los ensayos se observaron pequeñas reducciones en el índice de masa corporal y colesterol LDL en algunos momentos con una ingesta de grasas más baja en comparación con los controles. Tampoco se muestran datos consistentes sobre el peso, el colesterol HDL o la altura. Las asociaciones en los estudios de cohortes que relacionaron la ingesta total de grasas con las medidas posteriores de la grasa corporal en los niños fueron inconsistentes y la calidad de esta evidencia fue en su mayoría muy baja. Si bien es cierto que la mayoría de los estudios se realizaron en países de ingresos económicos altos y habría que determinar si son extrapolables a entornos de ingresos bajos y medios.
Y ¿qué significan estos datos? Básicamente que no debemos asociar grasas a peso corporal. Las grasas son nutrientes esenciales para el organismo, y las necesitamos para producir membranas celulares, tejido nervioso y hormonas, principalmente. Además, se utilizan como combustible para realizar las funciones fisiológicas. ¿Por qué no debemos restringir las grasas en los niños (salvo que haya un motivo justificado, y el peso no lo es)? Por varios motivos: por un lado, aportan energía, fundamental en época de crecimiento y desarrollo; ayudan a absorber vitaminas liposolubles (A, D, E, K); también participan en la síntesis y funcionamiento de las hormonas; ayudan a regular la temperatura corporal; protegen a órganos y aportan ácidos grasos esenciales, imprescindibles para el desarrollo y crecimiento, sobre todo cerebral (el 60% es grasa).
Por tanto, no culpabilicemos a las grasas de la obesidad. Y mucho menos sin tener en cuenta la calidad de las mismas, pues no son comparables las grasas procedentes de los alimentos que las que se ingieren a partir de productos ultraprocesados. Así pues, podemos y debemos dar grasas a nuestros hijos siempre que sean de calidad (aceite de oliva, aguacate, frutos secos, huevo, pescado, coco, etc).