Nos ocurre cada vez más, aunque no nos demos plena cuenta. Y este es el problema. Antes de que termines de leer este artículo, probablemente habrás revisado Facebook o WhatsApp más de una vez, o habrás comprobado la bandeja de entrada de tu correo electrónico, o habrás desviado la mirada unas cuantas veces hacia la televisión. La atención dispersa y las constantes microinterrupciones con que vamos rellenando nuestro día a día no son un problema exclusivamente tuyo: se trata de un problema global que es consecuencia directa de la sociedad tecnológica en la que vivimos, reduce nuestra productividad y puede poner en jaque nuestra salud mental.
Aunque los problemas de atención no son exclusivos de nuestra época, sí es cierto que la sociedad digital acentúa las dificultades para centrar nuestra atención en una sola tarea durante un tiempo prolongado. Los estímulos son constantes, están por todas partes, y nuestra posibilidad de respuesta la tenemos siempre al alcance de la mano. Los smartphones nos han puesto en el bolsillo un sinfín de apps que continuamente tratan de captar nuestra atención con sus notificaciones y mensajes instantáneos, conectándonos a un mundo que nunca duerme y que, en cierto sentido, no parece querer que lo hagamos nosotros.
Incluso si tenemos la intención de dedicarnos en exclusiva a una sola actividad durante unas horas y trabajar en soledad, estamos inherentemente conectados a un sinfín de redes donde todos nuestros contactos están conectados a su vez. Hay estudios que sitúan en 155 el número de contactos de Facebook que tiene una persona promedio, si bien esta cifra puede ser sensiblemente superior. A esto hay que sumar las apps de mensajería como WhatsApp, las de citas como Tinder, el correo electrónico, y un sinfín de otras apps donde cualquier persona nos puede enviar un mensaje en cualquier momento. La posibilidad de mantenernos en contacto con todas las personas de nuestro entorno es extraordinaria y presenta numerosas ventajas, pero la necesidad de estar pendiente de ellos a cada segundo puede minar nuestra productividad y causarnos serios problemas a largo plazo.
Algunas de estas apps, además, son particularmente dañinas en materia de privacidad. No pasa nada por tener una lista de contactos en Telegram o en el correo electrónico para poder contactar con ellos cuando lo necesitemos, pero apps como Facebook o Instagram literalmente se sustentan mediante la comercialización de nuestra información personal. Se trata de apps diseñadas específicamente para incentivar la exposición de la vida privada de las personas para poder obtener –entre otras cosas– ingresos publicitarios a partir de estos datos. Cuando usamos Facebook, regalamos nuestros datos privados a una empresa para que se lucre con ellos, y perdemos el pleno control sobre toda nuestra información personal. La privacidad online es cada vez más crucial para nuestra seguridad y nuestro bienestar, de ahí que los expertos en ciberseguridad recomienden cada vez más limitar el consumo de las redes sociales y utilizar una VPN para proteger nuestros datos al navegar.
La atención dispersa a la hora de trabajar o de pasar tiempo en familia supone un serio problema para nuestro bienestar personal. Al dedicar solo una parte de nuestra atención al trabajo y solo otra parte de la atención a responder notificaciones o navegar por internet, nos negamos la posibilidad de entregarnos de forma plena a cualquiera de las dos cosas. Las horas de trabajo, entonces, terminan resultados interminables y agotadoras, mientras que la familia y los amigos nos reclaman que solo estamos con ellos a medias, y nosotros mismos vemos cómo van pasando los días y las semanas sin que realmente disfrutemos de auténticos momentos de diversión, entretenimiento y relajación. La presencia constante del smartphone en nuestros dedos nos conecta en parte con el mundo, pero también nos desconecta en parte de nuestra propia realidad.
Para evitar esta espiral negativa causada por la falta de atención, una de las soluciones ideales es la conocida como ‘dieta de atención’. Se trata de un proceso de autodisciplina en el que simplemente debemos tratar de recuperar el control sobre nuestra capacidad de concentración, para que las microinterrupciones no sigan consumiendo nuestro día a día y, también, para que la necesidad de recibir atención por parte de otras personas no termine desdibujando lo que somos. Es importante que sepamos administrar nuestro tiempo de la mejor manera posible, pero, también, que seamos conscientes de que no necesitamos la validación continua de las redes sociales para ser felices.