Las luces se apagan en la Gran Carpa del Cirque du Soleil y algo brilla en las alturas. Una figura humana desciende envuelta en un traje de relucientes cristales. El público enmudece, solo una cadena le impide precipitarse contra el suelo. Es Cristal Man, el Hombre de Cristal, que da inicio al espectáculo. Es el punto de partida, representado a través de un increíble número acrobático, donde la luz da paso a la vida y origen a los primeros animales que se arrastraron por la tierra, los anfibios. Comienza Totem, y los tambores resuenan frenéticos al ritmo de coloridas luces. En el centro de la Gran Carpa, en una estructura en forma de jaula ovalada, los anfibios comienzan a agruparse. Inquietos, empiezan a brincar. Las barras de la estructura les sirven de apoyo para peligrosas piruetas y giros, cruzándose unos con otros, en este exaltado baile del origen de la vida.
Esta es la intensidad que mantiene Totem durante todo el espectáculo. Uno a uno, se van encadenando los diferentes números, representando las escenas de la historia de la evolución, desde su original forma de anfibio hasta su deseo último de volar. Cada número da un paso más en explorar aquello que une a los seres humanos a otras especies, expresando nuestros sueños y anhelos. El número de barra, por ejemplo, pone de manifiesto el instinto animal que reside en los seres humanos, que se desinhibe cuando no hay más opciones, liberando ese animal que todos llevamos dentro.
Pero al margen de la alegoría que representa Totem, es un espectáculo que no necesita interpretación. Los diferentes números que lo componen tienen valor por sí solos, aunque alcanzan más transcendencia cuando le damos un sentido único a la obra. Sin embargo, no creo que nadie se cuestione estos asuntos durante la función. Ya es difícil apartar la mirada, como para pararse a pensar en su significado.
La música, las luces y los colores nos sitúan en cada momento en un escenario distinto. Una nueva localización para cada número, que también cambia de personajes y de técnicas. Todo, además, aderezado con un sutil toque de humor a cargo de los singulares payasos del Cirque du Soleil, un ligero descanso de la palpitante emoción del espectáculo.
El momento álgido de Totem llega con Toreador, un homenaje a la cultura hispánica. Guitarristas, cantaores y percusionistas de cajón flamenco ponen la nota, mientras El Diablo entra en escena con su particular vestimenta. El interior de su gorro ilumina con luz propia convirtiendo su presencia en una escena pérfida. Sin embargo, sus intenciones no son malvadas. Enseguida comienza a marear su diábolo, lanzándolo a las alturas y recogiéndolo con una fina cuerda al gesto de un latigazo. Sin saber cómo, el diábolo parece flotar en el aire.
A cada cuál le impresiona más un número que otro. “¿Cómo puede doblarse así?”, pregunta un niño a su madre, refiriéndose a la genial contorsionista asiática. “Porque lleva practicando toda su vida”, contesta la madre, sin apartar los ojos del escenario y con cara de no creer lo que está viendo. Realmente es algo increíble.
Los fenomenales artistas del Cirque du Soleil no te dejarán indiferente. Es sin duda, una experiencia que hará vibrar en su asiento hasta el más imperturbable de los humanos.